Cree en la meritocracia antes que en el cupo
femenino. Proclama la necesidad de hablar de equidad de géneros en lugar
de igualdad entre hombres y mujeres. Individualiza elementos que
propiciarían una suerte de "modo mujer" de actuar en el espacio público.
Y asevera que la diversidad es una cuestión social trascendente, desde
la cual se construye la tolerancia
LA GACETA / FOTO DE ENRIQUE GALINDEZ |
En las historia de la política, no renunciar a las
convicciones ha sido una utopía universal. En la historia del tiempo
presente de América del Sur, no renunciar a la femineidad en el
ejercicio del poder es la bandera que enarbola
Pilar Sordo, la exitosa psicóloga y escritora chilena.
Michel Bachelet en su país,
Cristina Fernández de Kirchner en el nuestro, y
Dilma Rousseff
en el vecino Brasil son razón suficiente para que la "best seller"
latinoamericana, que visitó la Argentina para participar de la Feria del
Libro con obra nueva bajo el brazo:
Bienvenido dolor, que los
rankings de LA GACETA Literaria ubican desde hace semanas entre los
cinco libros más vendidos del momento en Tucumán y en la Argentina.
Durante la entrevista telefónica que mantiene con LA GACETA
desde Bahía Blanca, la autora que se convirtió en una celebridad
continental a partir de su libro de autoayuda
¡Viva la diferencia!,
sostiene que el ejercicio auténticamente femenino del poder tiene que
reunir una serie de condiciones para ser válido. Y, después de
manifestar su reconocimiento al cupo femenino, postula la consagración
de la meritocracia. Otro tanto hará con el universalismo "todos somos
iguales", útil y oportuno en el siglo XX, pero rayano en la falacia en
la actual centuria. "Tal vez -advierte desde la habitación 127 del hotel
Argos- debimos hablar de equidad o de igualdad de oportunidades, para manetener el valor de la diferencia de lo que somos".
- ¿Ya hay una "forma mujer" de ejercer el poder o todavía hay que seguir pagando el precio de masculinizarse para ejercerlo?
- Yo creo que esto tiene una historia. Siento que las
mujeres, cuando empezamos a entrar en los espacios públicos, necesitamos
desarrollar características masculinas para ser validadas por ustedes,
por los hombres, y ser consideradas inteligentes y capaces para
manejarse en esos espacios históricamente manejadas por los hombres.
Entonces hubo, según mis investigaciones, una masculinización de la
mujer en todos los rubros del orden público: no sólo el poder. Pero eso
ha ido cambiando con el tiempo. Siento que, hoy, la mujer no necesita
esa masculinización extrema para estar en espacio públicos y ejercer
poder. No es tema de genero sino que tiene que ver con condiciones
humanas y con talentos propios de cada líder, con independencia de si se
es hombre y o si se es mujer. Las mujeres que hoy están en el poder en
América Latina, o que lo han estado, y las que ejercen hoy en Europa,
son mujeres que no han tenido que traicionar su identidad femenina ni su
capacidad para atender detalles, para cuidar procesos, y para creer
también en la intuición como un elemento de información. Creo que las
mujeres que están en este minuto en el poder están escuchando más su
lado femenino en la toma de decisiones. Eso no quiere decir que yo, como
mujer, tengan poder o que no lo tengan. Ni que no deba aprender de
algunas características masculinas, que a las mujeres nos ayuda mucho
entender, así como también ayuda mucho a los hombres aprender de lo
femenino. Se abrió un camino en este proceso y, afortunadamente, las
mujeres que ejercen poder lo hacen desde ellas mismas, sin necesidad de
tener que mutar a una condición masculina para hacerlo.
- "Todos somos iguales" es un universalismo que sirvió en su
momento para liquidar las discriminaciones xenófobas que alcanzaron el
paroxismo en la II Guerra Mundial. Pero hoy se denuncia "la falacia" de
ese universalismo. ¿Hacia qué proclamas deberíamos encaminarnos?
- Siento que no entendimos bien lo que era la igualdad, que
es una posibilidad y que siempre entendimos antropológicamente o
sociológicamente de una manera muy literal. Tal vez debimos hablar de
equidad o de igualdad de oportunidades, para manetener el valor de la
diferencia de lo que somos. En su momento, en efecto, fue muy necesario
para hablar de igualdad, para poder generar la fuerza de esta equidad e
igualdad de espacios, pero evidentemente eso ha seguido un camino que
hoy invita al encuentro, a la negociación y a la tolerancia. Y la
tolerancia pasa por entender las diferencias. Y cuando hablo de aprender
a reconocernos diferentes no me refiero sólo a cuestiones de género:
hablo también de las personas con capacidades diferentes, mal llamadas
discapacitadas, y de homosexuales El de la diversidad es, hoy, un tema
social. Es esa diversidad el lugar desde donde se desarrollan las
tolerancias, las empatías, las paciencias y la posibilidad de
enriquecernos socialmente.
- Que una mujer pueda ejercer el poder sin tener que mutar a
una masculinización extrema, ¿depende de la dirigente o de la sociedad
en la ella milita?
- Hay una interrelación, pero tengo la impresión de que
depende fundamentalmente de quien ejerce el poder. El punto radica en la
libertad de poder ser quien soy. Con mis contradicciones,
imperfecciones y ambivalencias, que es donde también yo soy querida por
el otro. Los liderazgos de perfección, de rigidez, están siendo
desplazados y dan lugar a liderazgos mucho más afectivos, diría yo: más
cercanos a la gente, más empáticos, más solidarios, más de cierta
calidez, sin por ello quitarles eficacia ni eficiencia. Siento que eso
depende de cómo es la persona que llega al poder. Ahora bien, si esa
persona que llegó al poder lo hizo mediante talentos de personalidad que
lo hicieron encantador frente a la audiencia, frente al pueblo, esa
seducción utilizada por el líder tendrá sus estrategias desde lo
masculino, y tendrá otras desde lo femenino. Lo que siento es que se
tiene que notar si el líder es mujer o es hombre.
- En ¡Viva la diferencia! usted no aborda las
diferencias entre hombres y mujeres sino entre lo masculino y lo
femenino. ¿Cómo se plasman esas diferencias en el campo del poder?
- Siento que lo masculino es más solitario en el mando.
Tiende a formar menos trabajo en equipo. El poder femenino, en cambio,
tiende naturalmente a la conversación, a la conformación de comisiones
para debatir temas, pide más referencias y tiende a escuchar más. En
definitiva, la postura de trabajar en equipo es una de las cosas que más
se nota en el caso del poder femenino. Y lo que también debe decirse es
que aunque el objetivo del poder femenino es el mismo, sólo es válido
mientras se cuide el camino: el valor que lo femenino le da naturalmente
a los detalles, entre lo que se encuentra la valoración de los costos
que el cumplimiento de determinados objetivos puede llegar a tener.
- En su último libro, Bienvenido dolor, analiza la
negación del dolor como un mecanismo de defensa, pero también advierte
que el hedonismo le enseña a las personas a no mirar, a no escuchar, a
no avanzar. ¿Esto es también el resultado de tantos años de sociedades
conducidas mayormente bajo el sino de lo masculino o hay también una
participación de lo femenino en este fenómeno postmoderno?
- Yo creo que somos todos cómplices ahí. Sería injusto
culpar solamente a los hombres de un proceso en el cual somos todos
responsables. El culto a la belleza, el valor mediático de la delgadez,
el consumo, el arrancar el dolor... En la medida en que el ser humano,
hombre o mujer, se desconecte de sí mismo, y sienta que con el trabajo o
con el ruido evadimos el dolor, estamos contribuyendo al hedonismo sin
distinción de género.
- ¿Qué consideraciones le merencen políticas electorales como el Cupo Femenino?
- Creo en la meritocracia antes que en la cosa de la cuota,
en definir por ley proporciones de representación femenina. Las mujeres
tenemos la capacidad suficiente para demostrar que somos capaces de
llegar a los puestos más altos. Es decir, creo más en el merito, en el
trabajo y en ganarse el espacio antes que en que me lo regalen,
precisamente, por mi condición de mujer. Sin embargo, creo que en un
inicio, cuando cuestiones como la participación de la mujer salen a la
palestra pública, el espacio va a ser muy importante. Y la cuota genera
una cierta visión de disponibiliadd de esos espacios, que hace que las
mujeres quieran participar. Creo que le hace mejor a la mujer sentir que
siempre va a estar ese espacio, pero que se lo gane. De la misma
manera, que también se lo gane el hombre: no creo que por su condición
de tal deba estar ahí. Y por ser sólo mujer, tampoco. Eso debe depender
de su talento y de cómo aporta al bien común. Pero, inicialmente, las
cuotas para los parlamentos han ayudado a crear conciencia y a
reflexionar, tanto para generar la posibilidad de que las mujeres
lleguen al espacio público como también para que ellas rompan sus
propias barreras.
La trasandina influyente
La psicóloga María del Pilar Sordo Martínez integra el cuadro de
honor de las 21 personas más influyentes de Chile. Su libro "¡Viva la
diferencia!" se mantuvo durante 114 semanas como número uno en ventas en
su país: en América latina vendió 120.000 ejemplares. Nació en Temuco
el 22 de octubre de 1965.