viernes, 19 de septiembre de 2014

Una Magnífica Mujer Sacude Su Cuerpo En El Escenario... Y La Multitud Se...

jueves, 10 de abril de 2014

Guardián de sueño.

El guardián del tiempo...¿quién es el guardián de nuestro tiempo?
¿Nos encontramos realmente comprometidos con nuestro tiempo?¿Estamos comprometidos con nuestros sueños?
Me declaro comprometida con mi tiempo y con mis sueños.
Me dirán que es imposible, y que el precio a pagar es muy alto y al final¿ vale la pena hacerlo?
Claro... el precio a pagar es alto xq lo que puedo ganar redobla lo invertido en esfuerzo.
Ladrón del tiempo... hazte a un lado, voy confiada en mi camino.
Estoy confiada en mis proyectos y como dice una bella reflexión: la vida vale la pena cuando se encuentran los 4 "SI" condicionales.
La vida vale la pena "si" se aprende, "si" me intenta-trata, "si" me quedo y "si" estoy comprometida y en realidad me importa... e igual que el FINER... cumple los requisitos para seguir proyectando la meta que tanto quiero. 

Reflexión inspirada en "el precio del mañana" y "el guardián del tiempo del tiempo de Mitch Abom"
 

lunes, 17 de febrero de 2014

"Quise lo que hice"

La vida de la Dra. Christiane Dosne Pasqualini en un libro apasionante que testimonia el pasado reciente de la ciencia.

Todos sabemos –aunque a menudo lo callamos- lo que significa para una mujer encarar una tarea científica mientras se forma y se gestiona una familia con hijos. La Dra. Christine Dosne de Pasqualini ha logrado hacerlo y destacarse en ambas cosas. Ahora, en esta etapa de su vida, ha elegido continuar con su tarea diaria en la Academia Nacional de Medicina y publicar un extraordinario libro de memorias. Sería injusto destacar esa obra sólo por lo que su condición de mujer implica. Hay en este libro una historia de la ciencia de los últimos sesenta años y, más que eso, el testimonio ineludible de una voluntad de saber y de un rigor y entrega a la investigación rigurosa que merece ser leído por los nostálgicos de un pasado que peligra y por los jóvenes que no encuentran ejemplos que orienten su futuro. Descreo de las imposiciones, no me gustan las lecturas obligatorias, por ello me animo a sugerirlo enfáticamente a todos quienes aún consideran que una vida, es también una obra y, muchas veces, también un espejo donde mirarnos.
Daniel Flichtentrei

"Tuve una buena vida: quise lo que hice"
La singular vida de una prestigiosa científica 
Dice la doctora Christiane Dosne de Pasqualini, que en su autobiografía pasa revista a seis décadas de ciencia y familia.
  
La doctora Christiane Dosne de Pasqualini cumplió 88 años. Nacida en un 
suburbio de París, criada en Canadá y argentina por adopción, discípula de Houssay, investigadora del Conicet, madre de cinco científicos y primera mujer que se incorporó a la Academia de Medicina, decidió remontar el río de su vida para reunir recuerdos que atraviesan el siglo XX y ofrecen un testimonio de primera mano sobre la historia de la ciencia local.
El fruto de ese ejercicio es Quise lo que hice (Leviatán), una autobiografía de más de 400 páginas que combina como ella suele hacerlo todo, de la forma más natural que pueda imaginarse, humor, aventuras, picardía, emoción, melancolía, tristeza, reflexión; pero que en ningún momento pierde esa cualidad que hace valioso un relato: el encanto.
"Me fui de mi casa a la Universidad Mc Gill a los 15 años -cuenta Dosne de Pasqualini-. A los 22, gané una beca para venir a trabajar durante un año con el doctor Houssay y me enamoré de este país y de su gente. Después me casé con Rodolfo [Pasqualini] y ya me quedé a vivir aquí, pero mi madre era una mujer muy ordenada y guardó todas las cartas que le mandé semanalmente durante 35 años. En 1980 se murió mi padre y ella me dijo: "Tengo todas tus cartas, ¿qué querés que haga?" Yo le dije que las tirara. Rodolfo se interpuso: "No, vamos a hacer unos paquetes y las mandamos a Buenos Aires", decidió. Eran cuatro enormes paquetes que recorrían mi vida desde los 15 a los 60 años. Entonces, cuando él se enfermó y tuve que estar mucho más en casa con la computadora, empecé a abrirlas y a escribir."
Con la ayuda invalorable de esa correspondencia, que le permitió precisar días, horas, nombres y sensaciones, Christiane se lanzó a escribir un texto que hilvana los días finales de la enfermedad de su marido, que por padecer un trastorno motor debía permanecer en su casa sin poder caminar, su actividad actual en la Academia de Medicina, donde todavía concurre diariamente a las 8 de la mañana, los lejanos días en Hawkesbury, un pueblito de 5000 habitantes entre la nieve de Canadá, su llegada a la Argentina, su año con Houssay, su trabajo en la Sección de Leucemia Experimental, que fundó y donde se dedicó a la investigación en cáncer.
El libro rebosa de anécdotas y apuntes cotidianos, y por sus páginas desfilan muchos de los "próceres" de la ciencia nacional. "Siempre leí mucho... ¡y en los tres idiomas! -cuenta, con ese leve acento francés que aún conserva-. Antes me gustaban más las novelas, pero a esta altura del partido me interesan más las biografías... Al leer ésta, yo misma me decía: "¿Cómo pudimos haber hecho tantas cosas? Especialmente en la época en que los chicos eran pequeños, porque Rodolfo había creado el Instituto Nacional de Endocrinología, íbamos ambos al Instituto, ambos al [Hospital] Rawson..."
Buena parte del libro está dedicada a la vida familiar de los Pasqualini. Rodolfo había hecho su tesis de investigación también con Houssay. "Después entró como médico en el servicio militar porque había que encontrar una forma de tener dinero -recuerda Christiane-. Y lo primero que te decía Houssay era: "Si tiene dinero, fantástico, pero yo no le puedo dar nada". Es que no había nada, no había forma de hacer investigación. Houssay creó el Conicet mucho después, en el 58, y esto era en el 44."



La amistad que se había iniciado en el Instituto de Fisiología muy pronto se transformó en un amor que se prolongaría durante seis décadas, a pesar de que la intrépida canadiense no quería compromisos. "Cuando Rodolfo me propuso matrimonio yo dudé -recuerda-. Al final le dije, «bueno, pero con una condición: que nunca me hagas dejar mi trabajo». El me contestó: «Está bien, pero que sea en la Argentina»".
Y así fue. Mientras Rodolfo se convertía en un endocrinólogo de renombre (escribió los libros de enseñanza de su especialidad y una reflexión sobre su vida profesional, En busca de la medicina perdida ), Christiane se las arreglaba para tener cinco chicos en seis años y seguir cultivando la vida científica con el mismo entusiasmo.
Hoy Diana y Titania, gemelas, son médicas (una especialista en endocrinología clínica, como su padre, y otra en adolescencia), Enrique es físico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, Sergio es especialista en fecundación asistida y Héctor, ingeniero industrial especializado en petróleo. Todos trabajan en el país.
"Gracias a María, mi fiel gallega, que estaba "al pie del cañón", no dejé nunca la ciencia -rememora Christiane, maestra de 60 científicos, 30 hombres y 30 mujeres-. Además fue muy fácil criar a mis chicos, porque nacieron todos en block y felizmente no dieron ningún trabajo para estudiar... Y nunca me sentí culpable, porque así los chicos se crían más independientes."
Frecuentemente, esa historia íntima y gozosa le abre paso a una mirada reflexiva sobre la historia grande de la ciencia. Acerca de Houssay, que a lo largo de toda su vida le profesó un singular cariño, opina: "Creo que su obra mayor fue la creación del Conicet, porque profesionalizó la investigación".
Y agrega: "Lo importante de su enseñanza fue el full time, que es lo que desgraciadamente se está perdiendo porque el espíritu es diferente. Yo todo ese año que estuve [con la beca] entraba en el Instituto a las 8 de la mañana y salía a las 7 de la tarde. El full time es pensar todo el día en el trabajo. Y estar. Para mí, la computación va en contra de esto, porque mucha gente se queda trabajando en su casa. Pero eso es malo, porque el idioma de la investigación se aprende de la mano del director, y el director no puede estar en su casa, ¿dónde se ha visto eso?, no estar en el laboratorio, al alcance de todos sus discípulos. Ahora se habla más con la computadora que con el director..."
Sobre la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, afirma: "El doctor [Eduardo] Charreau hizo un gran avance aumentando tanto el número de investigadores y el Ministerio de Ciencia es un logro importante. Acercar la investigación básica a la investigación aplicada es poner a la Argentina en el mapa mundial".
Acerca de los científicos argentinos asegura: "Yo siempre dije que tienen una gran virtud, un gran valor: su creatividad, su originalidad. Pero eso viene contrarrestado por la falta de disciplina y de orden. Por eso, cuando llegan a los Estados Unidos, donde les sobra la infraestructura, producen tanto en tan poco tiempo. Mientras que acá pierden tiempo en pavadas, entonces la producción baja. Las mujeres especialmente, porque les encanta diseminarse en cualquier cosa, y usan los chicos muchas veces de pretexto. Está bien un poco de chicos... pero hay que adaptarse a las dos cosas, y hacer las dos cosas bien".
Sobre la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de hacer ciencia, subraya: "La mujer es perfeccionista y obsesiva, y para publicar un trabajo dará mil vueltas, porque nunca le alcanzan los datos. El hombre, en cambio, está apurado por publicar para obtener rápidamente una promoción. Entonces el hombre arma tres o cuatro trabajos chiquitos y la mujer tiene uno solo, pero muy bueno. Yo creo que la mujer ganó enormemente. Mi madre se dedicó ciento por ciento a su marido y sus hijos, aunque era muy inteligente y podría haber hecho otra cosa. Cuando yo empecé, fuimos cuatro mujeres entre 80 estudiantes de medicina. Cuando terminaron mis hijas, las mujeres ya eran el 33%. Y cuando terminó mi nieto, en el 99, ya eran el 55%. Y todo en dos generaciones."
Lúcida, activa, apasionada, Christiane Dosne de Pasqualini, que después de esta primera experiencia literaria ya se abocó a escribir la historia del Instituto de Investigaciones Hematológicas, le da la razón a Jean Paul Sartre, que decía: "La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace".
Por Nora Bär
De la Redacción de LA NACION 


Investigacion y genero
Brillan en un ámbito masculino, y dicen que jamás fueron discriminadas.

Christiane Dosne Pasqualini se recibió de médica en 1939 en Canadá. Con su marido hicieron un pacto: él no se interpondría en su trabajo, pero ella haría su carrera en la Argentina. Tuvieron cinco hijos, lo que no impidió que la científica brillara en el laboratorio. Mercedes Weissenbacher, por su parte, fundó el Centro Nacional de Referencia para el Sida y trabajó sobre el tema en la OPS y la OMS. Las dos comparten el mérito de ser las primeras mujeres en integrar la Academia Nacional de Medicina.

Por Clara Pensa
Destacadas. Weissenbacher y Pasqualini son las primeras y únicas mujeres en integrar la Academia Nacional de Medicina. Remarcan la importancia de la vocación.

Cuando Christiane Dosne Pasqualini ingresó en 1939 a la Facultad de Medicina en la Universidad de McGill, en Canadá, eran cuatro mujeres entre 80 estudiantes. Y mientras Mercedes Weissenbacher cursaba sus primeros años en la Universidad de Buenos Aires por 1957, sólo el 17% de los egresados era de sexo femenino. Hoy ellas son las primeras y únicas titulares de los 35 miembros de la Academia Nacional de Medicina, la más antigua de América.   
Desde hace 50 años Pasqualini, investigadora emérita del Conicet, estudia las causas del cáncer. Fundadora de la sección Leucemia Experimental en el Instituto de Investigaciones Hematológicas, sigue trabajando ad honórem a sus 88 años luego de haberse formado en laboratorios junto al Premio Nobel argentino Bernardo Houssay o el descubridor del estrés, Hans Selye. Por su parte, Weissenbacher, dirigida por el destacado Armando Parodi, colaboró en las investigaciones que permitieron reducir la mortalidad por fiebre hemorrágica argentina del 20 al 1%; fundó el Centro Nacional de Referencia para el Sida, y en los 90, desde la OPS y la OMS en Washington, fue directora de Investigaciones en VIH/sida para América latina. Hoy, esta investigadora superior del Conicet continúa su labor rodeada de discípulos en el departamento de Microbiología de la Facultad de Medicina de la UBA, así como en otras instituciones y ONG.
Ellas. Unidas por la misma pasión por la ciencia, ambas recibieron a PERFIL en la majestuosa biblioteca de la Academia y coincidieron en señalar que en sus largas carreras no sufrieron diferencias por su condición femenina. “Realmente, no me sentí discriminada por ser mujer. Tuve esa suerte”, dijo Weissenbacher. “Yo tampoco”, confirmó Pasqualini. “Las que se quejan de discriminación es por algo personal; porque no les va muy bien o algo así”, agregó, al tiempo que marcó algunas diferencias de género: “Creo que la mujer es más perfeccionista que el hombre y por esa razón estudia mejor, en comparación. Estudia para sacar más nota mientras que el varón estudia para pasar. La mujer quiere el 10. Eso lo vi en todas mis becarias. Por eso, los cupos lo cubren más las mujeres, porque ganan en los exámenes”.
—¿Cómo es el rol hoy de la mujer en ciencia y cómo era hace 50 años?
Pasqualini: Dentro de la ciencia, la mujer es igual al hombre; ambos tienen el mismo afán, la misma pasión que hace falta para ser investigador. Es una vocación.
Weissenbacher: Están cambiando los números en la escala argentina de mujeres que trabajan en ciencia en relación con el pasado. Con respecto al ingreso a la facultad, en muchas universidades se ha ido equiparando y en algunos casos las mujeres han superado (a los varones) como en medicina, odontología. El tiempo no les ha dado chance para llegar a categorías superiores. En las categorías máximas del Conicet hay más hombres.
P: Cuando yo me recibí, en 1942, éramos el 5% de mujeres. Cuando mis hijas gemelas se recibieron de médicas en 1970, eran el 33%, y cuando se graduó mi nieto, en 1999, el 55% eran mujeres. Un dato muy interesante es que en Canadá se asustaron, y quieren retener hombres en medicina y pusieron un cupo del 30% para los hombres.
—¿Por qué ahora hay menos hombres?
P: Se fueron hacia la parte económica y el área de administración… La mujer busca menos la promoción y el dinero en los primeros años porque tiene una doble vida con su casa y sus hijos. Para el hombre todo es por su trabajo y la promoción.
—¿Cómo es llevar adelante una casa con hijos y una carrera?
P: Es cuestión de organización y un compañero que comparta la idea. Me casé (con Rodolfo Pasqualini, creador del Instituto Nacional de Endocrinología) con el condicionamiento de que nunca me trabara en mi trabajo. Fue cumplido, pero él a su vez me puso como condición que mi carrera fuera en la Argentina.
—¿Estar casada y hacer carrera es un poco la excepción?
W: En los cargos de investigador independiente para arriba en el Conicet hay un 70% de hombres casados, en tanto en los mismos puestos sólo un 30% de mujeres están casadas.
—A nivel mundial la mujer argentina no parece estar muy mal ubicada en ciencia...
P: Al contrario. La mujer acá surgió de golpe y sin escándalo; en EE.UU. se sintieron más discriminadas. Si la mujer tiene vocación va a buscar la vuelta para hacerlo con chicos o sin chicos. Pero se las arregla. Si siente que es su vocación y lo ve con pasión, lo va a hacer.
El profundo secreto de la felicidad
Una síntesis de sus currículums incluye fechas en las que obtuvieron diplomas, distinciones y cargos de importancia, pero lo que no se lee allí y se percibe en su presencia es que son mujeres felices. Pasqualini, viuda, cinco hijos, 17 nietos y varios bisnietos, y Weissenbacher, soltera sin hijos, no ocultan su pasión por la vida.
Quise lo que hice. Autobiografía de una investigadora científica es el reciente libro de Pasqualini, que escribió a lo largo de dos años. “Mientras hacía compañía a mi marido que estaba enfermo”, explicó. En 2003 abrió los paquetes de cartas que había mandado a su hogar en Canadá desde 1935 a 1980.
“Lo titulé Quise lo que hice –describió Pasqualini– por la cita de Jean-Paul Sartre: ‘La felicidad no está en hacer lo que uno quiere sino en querer lo que uno hace’.”
“Vos, Christiane, hiciste las dos cosas en la vida”, le dijo Weissenbacher. “¿Y usted?”, preguntó PERFIL. “Yo también. Por eso digo que somos privilegiadas.”
Publicado en Perfil.com

Referencias:
Título del libro: "Quise lo que hice"
Temas: BIOGRAFIAS
Autor: DOSNE PASQUALINI, CHISTIANE
Editorial: Leviatán
ISBN:978-987-514-129-2
414 páginas
Peso estimado: 520 gramos
Resumen: Quise lo que hice, autobiografía de una investigadora científica es un libro en el que confluyen las varias vidas de una única persona: la doctora Christiane Dosne Pasqualini, desde 1991 primera mujer con sitial en la Academia Nacional de Medicina. 



 

"La naturaleza es tan sabia que hay cosas que uno no puede desafiar"

Un experto en fertilidad que nació en una familia con una larga tradición científica y que concilia aspectos técnicos y humanos en su tarea cotidiana.

Hijo de una ilustre familia de la medicina argentina, el Dr. Pasquialini ha sabido gestar un perfil propio integrando los adelantos más soficiticados de la tecnología reproductiva con una calidad humana que toma en cuenta las necesidades emocionales de sus pacientes.  

Dr. R. Sergio Pasqualini: nació en la ciudad de Buenos Aires. Hijo del Dr. Rodolfo Q. Pasqualini, reconocido especialista en endocrinología, y de la Dra. Christiane Dosne de Pasqualini, eminente investigadora de reconocimiento internacional y convertida en la primera mujer miembro de la Academia Nacional de Medicina. Tiene cuatro hermanos de los cuales Diana y Titania son médicas, la primera dedicada a la Hebiatría (adolescencia) y la segunda dedicada a la Endocrinología Infantil.
Cursó estudios primarios y secundarios en el colegio Belgrano Day School y luego la carrera de medicina en la Universidad de Buenos Aires, obteniendo el título de Médico en 1971 y posteriormente las especialidades de Ginecología, Obstetricia y Reproducción. Cursó estudios de pregrado en Cirugía General en el Departamento de Cirugía General del Sanatorio San José, a cargo del profesor Dr. Hernán J. Pavlovsky, y en el Hospital St. Joseph en Stanford, Connecticut. Su formación en Ginecología y Obstetricia la realiza en la Cátedra de Ginecología a cargo del profesor Dr. Leoncio Arrighi del Hospital de Clínicas “José de San Martín”, cumpliendo con el programa de Intercambio Rotatorio, Residencia, jefe de residentes y posteriormente como instructor de los mismos. A continuación ingresa a la carrera docente de la Facultad de Medicina.
Es autor y co-autor en más de 100 trabajos presentados en distintos congresos o publicados en revistas nacionales y extranjeras. Participó en numerosos congresos, cursos y seminarios y es co-autor con el Dr. Rodolfo Q. Pasqualini del libro Endocrinología para Ginecología y Obstetricia, como también en otros libros de la especialidad. Fue premiado en cinco oportunidades por trabajos presentados de la especialidad.
1987. El Dr. R. Sergio Pasqualini vislumbró que la fertilidad era un tema en pleno desarrollo y cita al Dr. Carlos Quintans, Doctor en Farmacia y Bioquímica, hoy jefe de laboratorio del instituto,  para fundar en el año 1987  Halitus Instituto Médico, del cual el Dr. Pasqualini es en este momento  su Director Científico.
Está casado con Haydée Armella y tiene 4 hijos: R. Agustín, el mayor, es médico, se especializó en ginecología, obstetricia y reproducción, y se incorporó al staff médico de Halitus en el 2004, siendo en este momento su Director Médico.



domingo, 2 de febrero de 2014

Remember me - Recuérdame

Antes de iniciar es mi deseo aclarar  a los queridos lectores; que no realizaré una crítica sino una reflexión basada en la película y  tomaré enseñanzas junto a entretelones de la vida misma. Esta vida que me ha obsequiado enseñanzas las cuales yo complacida he asimilado aunque admito que en ocasiones varias no de muy buena gana.
El día de hoy quizá por accidente, digo esto porque  aprendí a comprender que los accidentes no existen, así también a comprender que la casualidad tampoco sino que la CAUSALIDAD aflora en todo. Es la ley del UNIVERSO y ¡hay que respetarla! Deepak Chopra y otros estudiosos avalan que si se conocen esas leyes lo mejor que uno puede hacer es cumplirlas, allí entra otra ley, la de la “no resistencia”
También aprendí en mi montaña que el azar favorece a las mentes preparadas, y que la suerte es en realidad un camino de siembra. Aprendí todo esto y mucho más sobre la vida en los últimos 4 años. Creo, que de mi parte: del 2010 para este tiempo en mi vida equivale en realidad a 10 años de crecimiento personal interior y no como la cronología podría indicar que solamente han pasado 4 años.
Como inicié el encabezado “quizá porque era el momento”: sin saberlo… abrí el reproductor de video y seleccioné al “azar” una película.


El poster de esta “Remember me” he visto en innumerables lugares, me llamó la atención el título más no causó curiosidad en dicho momento.
Hoy sin saber de qué se trataba, inicié el recorrido de una hora con cincuenta y dos minutos.
Grande fue la sorpresa al tener conciencia “dándome cuenta” que la vida parece acontecer entre situaciones paralelas, que vidas o resultados en algún momento sin saber ni cómo ni cuándo se encuentran. Y sin darnos cuenta ese momento “mágico”, “por alquimia” el “salto cuántico” ocurre. Y uno inicia el reconocimiento de su propia vida en forma retrospectiva. Llega el momento exacto de comprender situaciones pasadas, de digerir nuestra actualidad pudiendo enderezar la brújula para sortear obstáculos aunque yo diría para limpiar la visual, logrando ver oportunidades en el mapa y seguir avanzando.
 En relación a la película que inicia con el segmento de una dulce niña jugando con su madre mientras espera el subte, donde en minutos se arrebata la vida de un ser humano a sangre fría, el padre de la niña de profesión policía y aspecto frio, reconoce el cuerpo casi con un rostro inexpresivo, levanta en sus brazos a la pequeña alejándola entre su consuelo de brazos robustos de allí.

Por otro lado el chico de mirada perdida quizá sin reconocer su lugar en el mundo porque el suyo se encontraba perdido, viviendo junto a un amigo universitario, que se idealizaba como profesional y él Tyler quien asistía de oyente a la universidad además de trabajar en una biblioteca. En noches de amigos, entre cervezas ingresan a un altercado sin ser llamados quizá por la adrenalina que el momento imprimía a la sangre de los observadores, terminando tras las rejas por unos minutos hasta que son sacados de allí. Más adelante se devela que la razón del enojo quizá de la perdida de brújula de Tyler corresponde a un corazón de sentir dolido.
Sn la vida llega un momento donde se da el primer paso al vacío con fe, sin ver las gradas en las escaleras.
Otras  con el corazón ahogado, muchas veces en palabras o sentimientos mareados por el vértigo de la vida reprimida o comprimida en un cuerpo que no encuentra el respiro para el alma, aquella parte de uno mismo que se alimenta del silencio, que esquiva el ruido para hablarle a la conciencia de lo que en realidad tiene sentido en la vida. Este camino se inicia y sin darnos cuenta, entramos en el sendero de la curación del alma: Ni imaginamos ni sospechamos que el mejor esparadrapo para el alma es la  cuota de amor humano (no solamente el amor romántico logra sanar al alma). La confianza, ese puente invisible que hace oportuno hablar con los ojos desde el alma, donde una sencilla conversación tiene el poder de cambiar la vida de uno y de todo un lugar, de una familia y hasta…porque no… de una comunidad.
Las heridas del alma, tienen un don “ellas poseen la capacidad de hacernos más humanos, cordiales y agradables” si logramos sanar,  nos entrega la oportunidad de practicar el perdón así como la compasión, la tolerancia, el respeto y por sobre todo aceptar que somos fuente de amor. Que tenemos una misión en la vida, que es como un juego pero en realidad solamente vale la pena y cuenta si estamos en la cancha mojando la camiseta tras nuestros sueños, siendo instrumentos de bien. Esas heridas del alma se dejan notar si nos escuchamos, por más que la razón de nuestras lágrimas no comprendamos, ellas desean hablarnos aunque sean derramadas en silencio y en la oscuridad.
Si una situación de la película rescato es “La cuna familiar” por ambos lados desmembradas por la pérdida, aunque a su vez tapando el dolor, o viviendo el duelo con puño cerrado. Y sin darnos cuenta el ser querido y ausente agrega valor a nuestra vida. Cuánto anhelamos su regreso y fantaseamos con “si estuviera”. El corazoncito queda dolido, partido en pedacitos donde solamente los  cristales de sal tienen la posibilidad de curar.  El camino a la curación de ambos personajes centrales se inicio al conocerse, al hablar en intimidad de corazón a corazón.
Las palabras tienen el poder de curar, el abrazo y amor.

El altruísmo hace milagros



lunes, 27 de enero de 2014

La vida con riquezas de Historias. La historia de José Como Birche

La historia de José Como Birche:

HOY ES MEDICO Y ANTES FUE CARTONERO, JARDINERO Y COPIÓ A MANO LOS LIBROS PARA ESTUDIAR. SE RECIBIÓ DE CIRUJANO Y LLEVA MÁS DE 5 MIL OPERACIONES. HOY ES JEFE DE CIRUGÍA CARDIO-VASCULAR EN UN HOSPITAL PÚBLICO DE LA PLATA.

Primero fue cartonero. Luego, recolectó flores en los campos de floricultura en las afueras de La Plata para revenderlas en la calle y hasta cortó el césped de sus vecinos para poder estudiar en la Universidad de La Plata y convertirse en médico especialista en Cirugía Cardiovascular. Hoy, ese mismo joven que llegó a copiar a mano los 4 tomos del Tratado de Anatomía Humana de L. Testut para poderlo estudiar, fue distinguido por el ministro de Salud provincial, Alejandro Collia, por haber alcanzado un record de 5 mil intervenciones coronarias de alto riesgo en un hospital público.


"Es un orgullo encontrar profesionales así, tan dedicados a su trabajo, con amor por sus pacientes y su profesión", le dijo el funcionario al cardiólogo José Como Birche, de 52 años, quien pasó la mitad de su vida operando en el hospital platense San Juan de Dios.


Hoy, es el jefe del servicio de Cirugía Cardiovascular del Hospital San Juan de Dios, y la lleva dirigidas más de 15 mil cirugías cardíacas en toda su carrera, un tercio de ellas en ese hospital. En promedio, realiza 250 operaciones centrales por año a corazón abierto. "La primera cirugía que vi fue una cirugía cardíaca, a mis 19 años. No me impresionó, me fascinó", recordó el médico.


El hombre también recordó que a esa edad encontró a su padre muerto en la cama porque el corazón le había dejado de funcionar y que, tras muchos años de estudio, supo que para seguir viviendo necesitaba un marcapasos que nunca le fue puesto.

Esa ironía del destino, explica, fue la que lo llevó a elegir este oficio y explicó que en toda su carrera puso “cientos y cientos de marcapasos, una de las intervenciones más sencillas, de esas que los 
cirujanos que recién empiezan hacen para ganar seguridad en el oficio de los corazones".

Recordó que "la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de La Plata le costó el triple que a sus compañeros por el hecho de ser pobre". El cardiólogo hizo tres veces el ingreso a la Facultad de Medicina durante la última dictadura militar argentina, cuando sólo existían 250 vacantes por año, y recién logró entrar durante el regreso de la democracia.


Desde los 15 años trabajaba en una fábrica, pero debió renunciar para poder cursar. Como su madre era una mujer pobre con otros cuatro hijos que criar, debió buscar alternativas para costear sus estudios.


"Cuando entré a la universidad, todo fue muy difícil porque no tenía recursos y entonces hacía lo que podía: copiaba libros que me prestaban en la biblioteca. Me copié a mano los cuatro tomos del Tratado de Anatomía Humana de L. Testut", rememora sobre aquellas 4.339 páginas.

El médico explicó que se "tuvo que adaptar a todas las circunstancias para poder seguir adelante", y entre esas cosas se dedicó a recolectar cartones junto a un amigo para poder continuar con su carrera; recolectaba flores en los campos de floricultura en las afueras de La Plata y cortaba el césped en su barrio los domingos.

"Cuando ingresé fue un alivio porque ya tenía un sueldo y principalmente el apoyo de la gente. Hoy el servicio de cirugía cardiovascular es como mi casa", dijo.

domingo, 26 de enero de 2014

La era de la anhedonia La medicina y la pérdida del entusiasmo.

ivimos una época de pérdida del entusiasmo, ya casi no queda nada que nos encienda. Las recompensas están devaluadas y las pasiones se han licuado en su propia e inmediata satisfacción. Estamos atravesando un período refractario donde los estímulos se han hecho inútiles por exceso. El único premio que todavía funciona es el dinero pero su capacidad para “comprar” nuestra voluntad es cada vez menor.
Mientras no seamos capaces de aprender y enseñar que hay objetivos que justifican el esfuerzo no podremos salir de esta loca carrera cuya meta se nos ha desdibujado en un horizonte borroso e indefinido. Estamos atrapados en el mismo lugar con los pies corriendo a varios centímetros del piso.
Los proyectos se agotan en la pura planificación. Hacer, implementar, tomar acciones guiados por ellos se ha convertido en un paso imposible de dar. Las propuestas están para ser enunciadas ya no para ser concretadas. Los sueños para ser soñados y no para ser convertidos en realidad. Sentimos el vértigo virtualizado de la velocidad sin movernos. La abulia es consecuencia de la anhedonia. No estamos quietos sino paralizados. No es que no sepamos a dónde ir sino que no encontramos los motivos para hacerlo.
Enseñar y aprender medicina (la anhedonia en el aula):
Los alumnos se proponen estudiar pero no lo hacen. Los docentes enseñar pero no lo logran. Hay pocas tareas más difíciles que despertar la pasión y el entusiasmo a una generación de estudiantes hieráticos y narcotizados ante la hipnosis del Power Point. Nadie pregunta, nadie propone, nadie busca el camino personal que lo conduzca desde la teoría a la práctica.
La educación de postgrado es un trámite cuyo objetivo es la adquisición (¡carísima!) de una certificación que asegure que alguien ha estado allí, aunque su tránsito por las aulas se haya limitado a una ceremonia de “cuerpo presente” (en el mejor de los casos) y de entusiasmos prófugos. Las innovaciones pedagógicas y didácticas son a menudo juegos de parvulario que buscan el entretenimiento como sustituto del esfuerzo. Se declaman y se exhiben en circuitos académicos pero jamás se muestran sus resultados en el aprendizaje concreto ni su impacto en la conducta profesional.
Son los enfermos y no los congresos pedagógicos la única medida del éxito o del fracaso de una intervención en la educación médica. La medicina no es una práctica discursiva ni una retórica intoxicada de jerga postmoderna y constructivista que considera que la realidad es una ficción y los hechos un detalle minúsculo. Nadie que no sepa medicina puede enseñar medicina. Aunque saberlo tampoco garantiza la eficacia del proceso. Es una condición necesaria pero no suficiente.
La medicina se aprende a través de un saber milenario que se transmite de generación en generación y que no puede, ni debe desvalorizar la figura del “maestro”. La transmisión del espíritu de una profesión es una cadena de eslabones que vincula al joven con las generaciones que lo precedieron. Esta continuidad le permite saber de dónde viene y tomar conciencia de hacia dónde va. No se puede ingresar a una comunidad de pares aislado de los acontecimientos que la fundaron ni del conocimiento de su historia.
Aprender medicina es una actividad que lleva toda la vida. Lo primero que aprendemos es que el conocimiento es siempre provisorio y sujeto a prueba. Que la ciencia no es una palabra “revelada” pero tampoco un ejercicio interpretativo libre y desvinculado de lo real. En la práctica, lo aprendido se aplica a casos que son siempre individuales, únicos e irrepetibles. No es posible conocer medicina sin adquirir sus fundamentos científicos pero tampoco es suficiente limitarse a ellos. La práctica médica es una relación humana entre un ser que padece y otro que tiene los conocimientos y la voluntad para ayudarlo.
La educación médica busca la adquisición de habilidades, competencias y valores. En todos los casos estas aptitudes pueden aprenderse. Existen diversas formas de hacerlo y las facultades ofrecen con ese propósito ambientes distintos para estimularlos: el aula, el hospital, los laboratorios, los centros de salud, la comunidad. Se aprende de los libros tanto como de los maestros. De ellos recibimos el fundamento que nos dice para qué, por qué hacemos lo que hemos elegido como forma de vida. Sin sus ejemplos el saber técnico es un repertorio de datos huérfano de valores que le den sentido.
Los algoritmos, las guías de práctica clínica, la exorbitante complejidad de los exámenes complementarios son islas perdidas sin el sustento de la compasión, de la vocación de servicio y de una empecinada voluntad de comprender las historias personales de aquellos en quienes las aplicamos. La artificial división entre una historia clínica saturada de información y de jerga y la historia de vida (entre la biología y la biografía) constituye un dramático obstáculo epistemológico que le resta a nuestro trabajo eficacia terapéutica y satisfacción existencial.
Las competencias clínicas no se aprenden tanto cuando se entienden como cuando se aplican. Las destrezas técnicas requieren de largos períodos de entrenamiento. Las capacidades humanas de compartir el sufrimiento ajeno, de acompañar, de limitar las intervenciones fútiles y de emplear lo que se sabe con racionalidad, empatía, oportunidad y respeto por las creencias y los deseos del paciente son un aprendizaje permanente. Es imposible enseñar o aprender medicina sin ejercerla al lado del enfermo que tiene hoy un rol activo en la toma de decisiones acerca de su propia salud.
Los desvaríos teóricos de una pedagogía desvinculada de las auténticas necesidades de las personas o de una didáctica lúdica de kindergarten no solo han fracasado sino que han hecho daño. Nadie aprende sin esfuerzo, no es inteligente sustituir el rigor y el trabajo metódico por el entretenimiento y los juegos de niños. Aunque en muchos casos sigan proponiéndose con la arrogancia de quien no cree necesario evaluar sus propios resultados.
Es imperativo evitar la fragmentación del conocimiento, su desarticulación de las necesidades de la población, el enfoque tecnocrático y sin comprensión del contexto social o de las necesidades subjetivas o el tribalismo disciplinar. Pero también es necesario huir del falso humanismo que vacía de contenido médico a la medicina. El relativismo extremo, el prejuicio anticientífico o el dualismo son otros de los peligros que acechan a la enseñanza de la medicina en tiempos de postmodernismo trasnochado.
Los estudiantes tienen el derecho a recibir una educación que los prepare para responder a lo que la sociedad espera de ellos, que los proteja de los desvaríos conceptuales y de la enfermedad profesional. Pero también tienen la obligación de entregar su esfuerzo para lograrlo, su pasión para ser felices y plenos haciéndolo y su responsabilidad para someterse a la evaluación permanente de sus competencias.
La anhedonia en la práctica médica
La medicina es una  profesión que convive con la incertidumbre. La ciencia no es un dato irrefutable acerca de los hechos sino el modo más inteligente de abordarlos. Aprender a pensar científicamente es una parte indispensable de la formación profesional. Reclamarla como un derecho o exigirla como obligación es responsabilidad de todos los actores involucrados.
Los médicos damos con demasiada frecuencia consejos que sabemos que la gente no pueden a cumplir. Los pacientes piden recomendaciones que no seguirán. Prescribimos fármacos que las personas reclaman pero no toman. El arduo trabajo sobre la salud muere en la soledad autista del consultorio. Allí dos personas acuerdan acerca de qué cosas es necesario hacer pero jamás conversan acerca de cómo hacerlo.
La inercia clínica, la falta de adherencia, las propuestas imposibles de cumplir o de comprender, la carga de tratamiento en enfermedades crónicas muchas veces no articula lo que se necesita con lo que se puede o con lo que se quiere de acuerdo a los valores y preferencias del enfermo. La ausencia de estrategias de motivación o la resignación como estilo clínico ante lo que juzgamos inevitable o inmodificable, el paternalismo que resiste al empoderamiento del paciente en patologías que durarán toda la vida y que exigen de su autogesión. Mucho de lo que hacemos es un simulacro. Una pantomima virtual que reproduce un movimiento mientras permanece en el mismo lugar.
La medicina es una profesión maravillosa que exige entusiasmo, pasión y compromiso. Desde ya que las condiciones objetivas para su ejercicio son un derecho inalienable de quienes la practican y de quienes la necesitan. Las jornadas agotadoras de trabajo que reducen el rendimiento físico y mental o las retribuciones indignas que obligan al multiempleo permanente conspiran contra la eficacia de lo que hacemos. Pero sin el fuego que enciende la recompensa simbólica del placer por ayudar a quien nos necesita, nuestra tarea cotidiana puede convertirse en un triste ejercicio automático y desangelado que no sólo no nos hará felices como médicos sino que nos expondrá a la enfermedad laboral, a la insatisfacción con nuestras propias vidas y, lo que es más grave aún, le quitará a nuestros pacientes la posibilidad de recibir el beneficio de un contacto intersubjetivo, sincero y sanador.
Admitir la realidad es empezar a modificarla
Las ficciones ya no evocan emociones, las producen. Esto nos releva del trabajo de vivirlas. No nos han cortado las piernas. Todavía están allí, pero ya no nos resultan necesarias. Entre la potencia y el acto se ha levantado un muro infranqueable. Nadie mueve el culo de la silla simplemente porque nos hemos quedado sin respuestas a la pregunta: ¿para qué?
Ninguna de estas cuestiones es eterna o definitiva. Nada de lo que hoy registramos es inmodificable si nos lo proponemos. Pero es imposible y estéril todo esfuerzo para lograrlo si antes no admitimos descarnadamente la magnitud de lo que nos pasa. Silenciar lo que está delante de nuestros ojos y dentro de nuestros corazones es una estrategia de avestruz que sólo puede contribuir a perpetuar lo que quisiéramos cambiar.
D.F.

 Fuente: http://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=82400