Felipe tiene 7 años y es único hijo. Es traído a la consulta por sus padres, que tienen unos 35 años de edad.
El padre es ingeniero y ella arquitecta. Tienen una muy buena posición socio económica y viven en un barrio cerrado en las afueras de la capital.
Están
muy preocupados porque Felipe no quiere quedarse en la escuela. Hace
varios meses empezó con miedos y hace ya una semana que no pueden
dejarlo en la institución.
Ellos
refieren como única causa de comienzo identificable del problema una
mudanza de domicilio y barrio a principios de año, sin que sea necesario
un cambio de colegio.
La
madre refiere haber tenido ataques de pánico unos años atrás pero salió
rápidamente adelante con terapia cognitiva. Cree que el niño debe
aprender a “manejar sus pensamientos” tal como ella lo hizo.
El
padre asiente callado en casi toda la entrevista mientras mira de tanto
en tanto su teléfono celular, al que le entran diferenciados en los
sonidos mensajes, mails y llamados.
“Discúlpeme pero a esta hora yo debiera estar trabajando” me aclara sin que se le vean ánimos de modificar las cosas.
Felipe
va a un colegio bilingüe de doble escolaridad. Tres tardes por semana
concurre a apoyo escolar. Ahora se le agregaría la psicoterapia y
preferentemente que no sea los viernes que es el día que puede traer
algunos amiguitos a casa.
Sábados por las mañanas va a Rugby que es la única actividad que comparte con el padre. Este luego se queda jugando
por la tarde hasta el tercer tiempo donde luego de una generosa ingesta
de alcohol, vuelve a la casa para ducharse, sopita y a la cama.
Son una familia exitosa, de muy buenos logros académicos y sociales.
De hecho ambos coinciden
en que deben resolver esto “ya” porque no pueden faltar más a sus
trabajos y “los manejos” de Felipe, erosionan toda la “dinámica
familiar”.
Cuando
lo conozco a Felipe lo veo muy asustado, casi no juega en su sesión. Se
lo ve disperso, distraído y apagado. Obviamente dice no saber lo que le
pasa.
De todas formas, la terapia cognitiva va a resolver las cosas muy rápidamente.
Hace unos 20 años que practico terapia cognitiva con niños y ya hace tiempo que lo hago también con jóvenes y adultos.
Todos conocen el enorme impacto que ha producido la TC en nuestro medio.
Su imponente crecimiento se debe seguramente a la eficacia, practicidad y sentido común de sus hipótesis explicativas y de sus intervenciones técnicas.
Los
impresionantes aportes que trajo la metáfora del procesamiento de la
información y la poderosa caja de herramientas clínicas que surgió con
este paradigma son incuestionables especialmente en la terapia de
adultos.
Desde esta perspectiva el diagnóstico de Felipe pareciera claro: Un incipiente Trastorno por Ansiedad de Separación.
La
Vulnerabilidad Neurobiológica aparece nítida: Una madre con ataques de
pánico. Una abuela materna con una agorafobia enmascarada en un ama de
casa que sólo quería servir a su familia.
Y
el procesamiento distorsivo de la información que perpetúa los esquemas
de debilidad: Maximizaciones, señales de alarma que se encienden
hipersensiblemente siendo la frutilla del postre la evitación que
consolida el problema.
El Factor Desencadenante: una mudanza que activa la vulnerabilidad.
Bingo: herramientas cognitivas para Don Felipe, and everybody happy again.
Más
allá de los primeros años de mis entusiastas comienzos, al poco tiempo
me di cuenta que esta mirada tan eficaz para el tratamiento de los
adultos, resultaba sobresimplificadora para el tratamiento de los niños y
sus familias.
Las hipótesis lineales del procesamiento de la información y la visión centrada en los procesos internos dejan afuera toda la complejidad vincular que se da a nivel familiar.
Mirando
solamente las variables internas que participan en la génesis y el
mantenimiento del problema nos hace caer una vez más en el viejo vicio
respecto de la terapia Infanto juvenil: una sutil extrapolación de la
terapia con adultos.
Como
si los niños fueran adultitos en miniatura que sólo precisarían de un
cambio de lenguaje para hacer comprensibles las intervenciones.
Y realmente tenemos mucho camino recorrido para saber que las cosas no son así.
El mundo infantil se va construyendo en la intersubjetividad que se entrama en el seno de sus vínculos interpersonales primarios.
Padres, hermanos, familia y otros significativos.
El
niño construye sus estructuras de significado en la trama familiar y a
la vez participa en el mantenimiento de dicha trama con sus
comportamientos y reacciones.
No
enfatizar lo necesario la dependencia del infante respecto del mundo
adulto y creerlo absolutamente autónomo para adquirir herramientas que
lo ayuden a lidiar con sus problemas es como mínimo un error técnico que
empuja al infante a la sobreadaptación.
Más
allá de las propias vulnerabilidades neurobiológicas que marcan la
estructuración de esquemas psicopatógenicos y ciertas tendencias
distorsivas, es responsabilidad del adulto gran parte de la
estructuración y regulación del psiquismo de ese infante.
A
veces la parafernalia tecnológica y esa adictiva necesidad de novedad
hacen que olvidemos conceptualizaciones meridianamente claras, simples y
de una sólida base empírica como lo que la teoría del apego nos enseñó
varios años atrás.
En
esta conceptualización, la calidad del apego de una persona será una de
las precondiciones cruciales para la construcción de una personalidad
sana.
El Apego seguro, esta búsqueda de proximidad física y emocional respecto de las figuras de apego, no solo nos da estabilidad emocional sino que también ha demostrado estar en la base de la regulación de complejos sistemas cognitivos.
Dice
Marrone: “La teoría del apego reconoce el hecho de que el modelo de
interacción entre el niño y sus padres (que tiene lugar en un contexto
social) tiende a convertirse en una estructura interna, o sea, en un
sistema representacional”.
Los modelos representacionales se construyen en la experiencia de estar con
los cuidadores en edades tempranas y a lo largo de la niñez y
adolescencia. Tienden a fijarse en estructuras cognitivas estables a las
que se llamará modelos operativos mentales.
El mundo externo Real y su devenir constituirán estructura psíquica.
“Bowlby
(1988) dijo que existe una fuerte evidencia de que la forma que
adquieren estos modelos operativos internos está basada en las experiencias reales de la vida del niño, es decir, de las interacciones día a día con sus padres”.
Gergely y Watson 1999 demuestran que el nivel
de sensibilidad del cuidador influye en la velocidad con la que el niño
adquiere la capacidad de ejercer un control sobre sus estados internos.
Madres sensibles, cálidas
y entonadas con sus hijos podrían contribuir a que sus hijos
adquiriesen esta capacidad autoregulatoria antes que los hijos de las
madres que no poseen estas características.
La regulación afectiva se basa en la capacidad para mantenerse organizado en momentos de tensión. Se considera como un tipo de autorregulación que surge de la confianza en el cuidador y que finalmente se traduce en la confianza en el propio self.
La meta del apego es sentir seguridad.
También el Autoconcepto está estrechamente ligado al apego.
La
representación de sí mismo, que además de las propiedades físicas
observables en el sujeto incluye propiedades intencionales generalizadas
e inferidas socialmente, se crea a partir de las conductas y actitudes
repetidas del cuidador y otras personas hacia el niño.
Numerosos
autores coinciden en que en psicopatología, las autoatribuciones que
son negativas pero irrealistas, provienen de los empeños del niño por
racionalizar el maltrato o el abandono que ha sufrido por parte de sus
figuras de apego.
Marrone citando a Bowlby dice que éste “considera
la angustia como una reacción a las amenazas de pérdida y a la
inseguridad en las relaciones de apego. Esto ocurre frecuentemente
cuando el sujeto es llevado implícita o explícitamente a creer que no es
nada ante los ojos del otro significativo”.
Queda
clarísima entonces la necesidad que tiene los niños de vínculos reales
con adultos capaces de dar una respuesta sensible ante sus necesidades
de cuidado, protección y seguridad.
Un adulto es Sensible a las necesidades infantiles cuando:
Es Empático,
Está Disponible a los requerimientos del infante,
Brinda Apoyo Emocional y Práctico,
Muestra Reciprocidad y
Resulta Predecible y Confiable.
Si
pensamos en la inmensa desregulación que representa un episodio de
Ansiedad, ¿No es claro ver que en la ansiedad de Felipe más allá de su
vulnerabilidad existe un claro indicio de fallas notorias en el apego?
¿No es un gran llamado de atención a sus padres desatentos?
O atentos a otras cosas en realidad: logros, metas, éxitos y objetos…
Ayudar
a Felipe, no es mostrar a sus padres que no necesariamente son seres
crueles y malintencionados, los déficits en el aporte de seguridad que
están teniendo.
Siendo de absoluta responsabilidad adulta el hecho de regular las respuestas del niño que tenga las vulnerabilidades específicas o no.
Muchas
veces escucho en los ámbitos profesionales en los que participo
terapeutas más preocupados por sus pacientes de los que lo están sus
padres.
Tal vez ha sido un error nuestro tomar a nuestro cargo la salud de estos pequeños desresponsabilizando a sus padres.
Lo mismo me pasaba en la época en la que trabajaba en escuelas:
Había que pedir por favor que los adultos vinieran a la reunión de padres o a una cita con el gabinete para hablar de los chicos.
Como si fuera un problema de la escuela lo que le ocurriera a ese niño que es casualmente su hijo.
Y como dejé entrever hace un momento, esto no es un juicio sumario al mundo parental.
Sabemos que la sociedad actual está seriamente empecinada en logros, objetos y consumos.
Como dice Juan Rasovsky en su texto Consumismo, desencanto y moral social:
“Antes del siglo pasado se creía firmemente que el progreso en las
ciencias y sus consecuencias tecnológicas, nos conduciría a una sociedad
libre del trabajo rutinario…. A
nadie se le hubiese ocurrido pensar en un mundo donde la gente trabaja
enloquecida hasta el agotamiento para pagar las cuotas de los objetos de
consumo”.
Y
que los padres estamos también atrapados en esta vorágine en donde la
desatención es el aliado central para seguir produciendo bienes en este
circo. En donde la Inestabilidad, Velocidad, Fugacidad, Intensidad son los imperativos categóricos junto a la búsqueda hedonista de placer personal.
Si yo paro y me presto atención, escucho mis señales o las de mis hijos, es inviable que trabaje 12 horas por día por años, desatendiendo también los afectos, otros vínculos significativos, etc.
Y es aquí donde se dirime un aspecto de la ética del terapeuta de niños que fui entendiendo como nodal.
Digo que si el terapeuta se queda en la consulta con el niño dándole lo que no le dan, acepta implícitamente esta tercerización del contacto.
Consolida
mirando sólo lo intrapsíquico y desoyendo lo intersubjetivo e
interaccional, la sutil atribución externa del mundo adulto sobre el
mundo infantil.
Los
padres resultan liberados de su responsabilidad de ser los que tienen
que brindar los aportes necesarios para regular el psiquismo del niño.
El
dilema se configura en cómo comprometer a los padres de todos nuestros
Felipes, sin que validemos la tercerización del cuidado, cuando los
padres están atrapados en circuitos culturales en donde tampoco tienen
espacio para sí mismos.
Quedarnos en la consulta sólo con los niños priva también al adulto de sanar aspectos hipertóxicos de la vida que está llevando y que los síntomas de nuestros niños están denunciando.
Redefinir
el problema en términos que incluya lo interaccional y lo
Macrocontextual nos sitúa como agentes cuestionadores de los aspectos
enfermos de esta cultura de la que tenemos sobrada evidencia de que
enferma, de la que nos quejamos, pero a la que finalmente avalamos.
¿A qué vamos a estar atentos en nuestras vidas?
Y
una vez escuchado el grito ahogado de tantos en el síntoma, podemos
diseñar abordajes complejos que impliquen también a los niños en la
búsqueda activa de alternativas para resolver ese padecimiento que los
incluye pero del que no deben hacerse cargo solos.
Y si tratamos de estar atentos a nuestros niños para tratar de que no tengan que ser atendidos….
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