jueves, 4 de octubre de 2012


Amaba diseñar y, a la vez, lo consideraba frívolo. Una vez que superó ese conflicto fue contratada por grandes empresas, pero no se sentía plena. A su padre, hombre de negocios, lo había visto caer, luchar y levantarse otra vez. Aprendió. Creó su marca, hoy la crítica la considera la creadora más audaz
Pocos lo saben: en los 90, Sumy Kujón diseñó camisetas para Cristal y la U. Fichada entonces por la transnacional Umbro, a ella jamás le interesó el fútbol. Hoy, reconocida entre las grandes, un vestido de fiesta suyo puede costar 800 dólares. Consciente de que cientos sueñan vestir sus creaciones pero no están en condiciones de pagar tanto, está por lanzar una nueva marca. ¿Cómo comenzó todo? Sumy se dedica a hacer lo que siempre soñó. Ya estaba casada cuando lanzó la marca que lleva su nombre. Entonces vivía en un departamento con dos cuartos, uno lo convirtió en su estudio.
Fue su papá quien la animó a ser diseñadora de modas.
Sí. Yo estudiaba diseño gráfico y me gustaba mucho lo que aprendía, pero no me visualizaba como diseñadora gráfica… Odiaba la idea de verme diseñando empaques o afiches.
Pero, ¿su papá conocía del mundo de la moda?
No, mi papá ha sido empresario toda su vida.
Entonces, ¿cómo entenderlo? No se suele vincular a un empresario con la estética ni con la sensibilidad.
Pero él está vinculado a su hija. Hay una conexión importante entre los dos, y yo le dije: “Bueno, papá, yo no quiero seguir estudiando diseño gráfico. No soy feliz haciéndolo”. Y me dijo: “Ok”. Yo no lo podía creer. Sentí que una mochila pesadísima se me caía, fue un alivio. Le dije que había pensado estudiar arte. “De ninguna manera”, me dijo. En realidad, no me lo dijo así; él nunca ha sido muy recto –recta ha sido mi mamá (ríe)-, él siempre ha sido muy dócil conmigo.
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Ustedes son tres y usted es la última y la única mujer. Es su engreída.
Exacto. Y él tenía razón, porque yo desde muy pequeña armaba mis ‘outfit’ (conjunto de ropa), cambiaba cosas, le pedía a mi mamá que me cosa, me teja, me todo. Tenía un mundo visual interno bien creativo, solo que era un poco tímida. Y le dí la razón: “Siempre me ha gustado el diseño de modas, ¡pero tengo prejuicios!”.
Lo consideraba algo frívolo.
Sí, pues. Tenía 18 años y acá no había nada que se pareciera a diseño de modas (como carrera).
Pero a esa edad es común el gusto por lo frívolo.
Sí, pero…
Era fines de los 80. Entonces en Lima había una escena subte, postpunk, dark… ¿Usted pertenecía a ella?
Sí (ríe)… De hecho yo siempre he sido bien existencial. Y si bien soy vanidosa, me encanta la estética, el arte, lo bueno, lo bonito, lo hermoso, por otro lado desde jovencita siempre me he hecho muchas preguntas; y a esa edad, para mí era difícil porque en mi círculo todos eran creativos, todos eran artistas, y lo único que escuchaba era eso (que la moda es cosa de gente frívola). Yo no quería sumergirme en ese mundo, hasta que no recuerdo quién me dijo: “Si tú no lo eres, al hacerlo vas a reafirmar quién eres. ¡Elijas lo que elijas!”. Y lo que me dijo mi papá me cambió toda la perspectiva: “Si tú quieres ser artista, puedes serlo –y tendrás todo mi apoyo- pero serás una entre muchos; pero, si decides ser diseñadora de modas, tú vas a ser la mejor”.
No solo hizo eso, también se la llevó a la China.
Sí, coincidió que hicimos un viaje largo a China. Ahí no me dijo nada, solo me llevó…
Y le compró telas.
Me compró telas, tintes, cosas… Y ni bien llegué a Lima, le dije: “Ok, papá, ¿dónde puedo aprender patronaje?”. Entonces, me convenció; ¡y no se equivocó!
Por el lado de su madre, además, tiene una abuela que ha sido modista. Usted es una fusión perfecta.
De hecho, porque por parte de padre tengo tíos que han tenido fama en China como artistas, en Nueva York tengo un tío que prácticamente ha dedicado toda su vida a la moda. Yo creía que esas era mis únicas referencias, pero por parte de mamá tengo una abuela modista, a la que le encantan las telas, que hasta el día de hoy conserva sus figurines de moda antiguos, y me los va pasando, también me está pasando su colección de botones –porque yo colecciono sombreros de las distintas regiones del país, y también botones-; y yo creo que mi mamá, si hubiera tenido la oportunidad de estudiar en su época, hubiera sido una gran diseñadora de tejidos. Entonces, talento tengo por los dos lados.
¿La tranquilidad económica que tenía en casa ayudó a que se pudiera lanzar a hacer realidad lo que soñaba?
Cuando yo salí del colegio, mi papá ya tenía un plan para mí. Mi papá me iba a mandar al FIT de Nueva York, al Fashion Institute of Technology. Pero, imagínate: tenía 16 años, era tímida, existencial… Mi mamá me canceló el viaje cuatro veces en un año. Para ella no era una buena idea que me vaya. Le dijo que esperemos dos años, pero fue loquísimo: en dos años el negocio de mi papá se fue al tacho; y ya no había para pagar tres años en Nueva York. Entonces decidí estudiar diseño gráfico acá… Pero yo actúo bajo mi pasión. Yo tenía una necesidad de transmitir mi ideas, y sentí que lo hacía mejor con las telas, con la moda.
La crítica, precisamente, es eso lo que destaca en usted: su osadía.
Para mí, lo más valioso –cuando veo algo mío-, es que no tenga referencia con las pasarelas internacionales. La mía es una voz auténtica.
Hay muchos empresarios en su rubro a los que económicamente les va muy bien porque, precisamente, se dedican a eso: a ir por el mundo copiando lo que otros hacen.
La moda tiene diferentes niveles: la alta costura, el ‘pret a porte’ –que es lo que hago yo- y está la moda masiva, la más comercial. Y está bien, las tres están bien. En todo caso, cuando se trata de moda de autor, yo considero que esta debe tener una visión y una esencia mucho más auténtica.
¿Cuál es el beneficio de mantenerse en su línea?
Primero, que me siento contenta conmigo misma. La moda es un vehículo de expresión, y para mí es el más potente en el ser humano: tú ves a una persona y ya imaginas cómo es.
¿Qué siente cuando abre una revista, ve las páginas de sociales y ve a toda la gente vestida igualita?
Nada (ríe)… No siempre, hay algunos que marcan sus acentos con mi ropa (ríe más)… Lo que pasa, es que hasta el día de hoy la moda comercial –porque esa es la que compran- es americana al 100% (de Estados Unidos), y los americanos nunca han tenido buen gusto. Salvo en Nueva York.
¿Qué irónico, no? Porque si bien es la moda más comercial, quienes aparecen en esas páginas es –se supone- la gente más pudiente de Lima.
Pero es la que menos riesgos asume con su estética.
¿Por qué? 
Porque van hacia lo establecido. Pero ahora hay una onda de chiquillos muy bacán, que no hubo en mucho tiempo. Los siento muy libres, son mucho más arriesgados. Mi hija está en un colegio donde todos van con ropa de calle y, cuando paso por el patio de secundaria, digo: “Yo acá hubiera sido feliz”.
Cada vez son más los que tienen menos miedo a mostrarse tal cual son.
Exacto.
Con usted pasa algo parecido que con Phatom Music: en un país donde abunda la piratería musical, ellos apostaron por los pocos que compran discos originales. Usted también apunta a las pocas que quieren arriesgar.
De hecho, y la nueva línea que estoy por lanzar (en un par de meses) apunta a ello, porque el público que viene y consume mi ropa, en proporción a Lima, es pequeñísimo; pero yo sé que hay gente a la que le encanta mi estilo pero que no puede pagar 800 o mil dólares por un vestido. Pensando en ellas –sin que llegue a ser masiva- es que lanzaré mi nueva marca.
En un inicio trabajó para importantes empresas diseñando modelos comerciales, ganaba muy bien. Animarse a crear su propia marca fue un riesgo.
Pero es parte de mi esencia, a mí me encanta el riesgo. A mí me encanta cambiar: si yo tengo la necesidad de cambiar algo, siento dudas, pero sé que es lo que tengo que hacer, lo hago.
Esa osadía la aprendió en casa.
Sí, mi papá es así.
Él a fines de los 80 quebró, pero se volvió a levantar. Hoy es representante de una marca agrícola china y asesora a una serie de empresas.
Exacto, eso es parte de nuestros genes.
Precisamente, su hija mayor tiene 9 años.
¡Ella creció con la marca!
Y ha mamado de su vocación por el riesgo, de haber alcanzado el éxito arriesgándose a ser quien en realidad es. ¿Cómo la ve a ella?
Ella va a ser una mujer alucinantemente creativa, y no porque sea mi hija. Ella es bien madura, conoce mi historia, yo le he cambiado los pañales en medio de las telas, de las modistas… Yo siempre le digo que el cielo es el límite, eso hay que tenerlo claro. Además, quien tiene este talento puede ayudar a las personas, porque si bien hay gente que dice que la moda es banal, hay sociólogos y psicólogos de la moda que afirman que esto ayuda al ser humano a estar mejor; y ella lo asume bien. Dice que va a ser arquitecta, yo sé que lo que haga lo va a hacer bien.
Su abuela tiene 95 años. Ella era modista, usted es una reconocida diseñadora. Ella debe morir por usted.
¡Ah, sí! Totalmente.
A fines de los 80, a la generación subte le importaba muy poco lo que pudieran pensar sus padres. Hoy, usted qué cree que ellos sienten respecto a su desarrollo.
Yo creo que dirán: “¡Qué bien que se encarriló!”, porque si bien era tímida, también era rebelde. Ahora creo que se sienten bien porque, además de ser una mujer que además de tener su hogar, y sus hijas, y todo, saben que me apasiona lo que hago. Esto es lo que sé hacer y lo que siempre haré, ¿me entiendes?
FICHA
Nombre: Sumy Kujón Arévalo.
Colegio: Juan XXIII.
Estudios: Hizo dos años de Diseño Gráfico en el Toulouse Lautrec. Diseñadora de modas y empresaria autodidacta.
Edad: 38 años.
Cargo: Propietaria, diseñadora y gerenta general de Sumy Kujón.
Sumy Kujón
Sumy lanzó su marca el 2000 tras haberse iniciado el 94 diseñando vestuario de danza y teatro. Sus vestidos de novia cuestan US$3.000 en promedio.
Crecimiento
El 2009 participó en el Paris Fashion Week. Tras exportar a Japón con la marca Muñeca by Sumy Kujon, en dos meses lanzará una marca nueva.

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