miércoles, 29 de febrero de 2012

Orientaciones para mejorar las relaciones humanas

La personalidad es el resultado de la clase de convivencia que hemos tenido con las personas que nos han rodeado. Cuando esas relaciones resultan molestas, desagradables o enemistosas, se convierten con frecuencia en causa fundamental de la desgracia humana, pero si son principalmente satisfactorias, amables y amistosas, entonces constituyen la fuente principal de la felicidad.
Por: Gustavo Torroella
La personalidad es, en gran parte, el resultado del conjunto de relaciones interpersonales y sociales que cada cual ha tenido a lo largo de su vida. Cuando son agradables y satisfactorias constituyen una fuente principal de felicidad, pero pueden tornarse la causa fundamental de la desdicha humana si resultan molestas y frustrantes. Ahí radica el origen de muchos trastornos de la personalidad, por esto es importante el estudio y el aprendizaje de la convivencia para la felicidad humana.
Basadas en estas razones, se exponen una serie de orientaciones fundamentales para mejorar las relaciones humanas. Estas constituyen la raíz de donde provienen las que se refieren y aplican a los sectores particulares de la convivencia, como son la pareja, la familia, la escuela, el centro laboral, las amistades y los grupos sociales.
Todas estas zonas de la vida social, además de las especificidades que las caracterizan, tienen un núcleo común psicológico y ético que debe regir las relaciones interpersonales para una convivencia más feliz, de mejor calidad.

  1. La aplicación práctica de la regla de oroLa orientación básica para mejorar la convivencia entre las personas es establecer la forma óptima de la relación humana que podemos expresar en la fórmula “yo—tú” y evitar las formas nocivas “yo—cosa”. La relación humana “yo—tú” es la que trata al prójimo como un fin en sí (como otro yo) y no como un medio o cosa que se utiliza y manipula para obtener fines ulteriores. Es la relación que trata a las personas sintiendo, apreciando y respetando el valor intrínseco del ser humano. Es lo que constituye la “regla de oro de las relaciones humanas” que se formula, brevemente, en estas simples pero sabias palabras: “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti y no hagas lo que no desearías que te hiciesen.” Estas palabras, que podríamos resumir en la frase “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, se encuentra, con diferentes palabras pero con la misma idea, en todas las religiones y éticas universales.
    Si se lograra que la humanidad o gran parte de ella viviera de acuerdo a esa regla de oro, habríamos realizado la mayor revolución social del mundo. Un importante tema para meditar y discutir sería:

    • qué podríamos hacer por promover la aplicación de esta regla de oro en los grupos humanos
    • y qué podríamos hacer por evitar o remover las dificultades, los obstáculos que impiden su aplicación y realización.

  2. Conocerse a sí mismo es un medio para tratar mejor al prójimo
    Al conocerse cada uno a sí mismo se sabe cómo es el prójimo porque él es básicamente como uno y esto facilita la aplicación de la regla de oro, porque en la medida en que nos conocemos, tratamos al prójimo del mismo modo que queremos que se nos trate. La virtud de esta regla áurica consiste en que su aplicación satisface la necesidad humana fundamental de ser aceptado, estimado, querido. Esto nos permite reconocer que tratar a los demás satisfaciendo esa necesidad primaria es la mejor vía para lograr que se nos reciproque y hagan lo mismo con nosotros. "Amor con amor se paga" pero si...

  3. La clave de las relaciones humanas: sentir un genuino interés, simpatía, amor por los otros y tener voluntad de concordar
    El amor es como una luz que ilumina los valores de las personas y nos permite verlas, comprenderlas y apreciarlas mejor, mientras que el odio es al revés, es como una obscuridad que proyectamos sobre las personas que las opaca y nos ciega, de modo que nos impide conocerlas y apreciar sus valores; al contrario, crea manchas y desvalores en el prójimo. No podemos conocer ni comprender a las personas ni convivir bien con ellas si no tenemos una actitud de interés, aceptación, respeto y amor hacia ellas, que es lo que nos hace “abrir los ojos” para conocerlas y valorarlas.
  4. Cultivar la empatía: ponernos en el punto de vista de los otros
    El ponernos en el punto de vista de otra persona, identificarnos con su modo de ver al mundo, nos posibilita que seamos capaces de sentir, pensar y actuar como ella, con lo que se logra una comprensión más cabal y profunda de esa persona. Por supuesto esto presupone y requiere cumplimentar el punto anterior (2) de aceptación, simpatía y respeto hacia la otra persona. Mientras no veamos al mundo como lo ve el otro, no podemos comprenderlo. Sólo al asumir su perspectiva, su visión del mundo, es que podemos entenderlo.
  5. Cultivar el trato humano positivo
    Aprender el hábito de tratar a las personas con una actitud positiva, lo que significa que nuestras relaciones con ellas deben satisfacer las necesidades fundamentales de ser aceptado, reconocido, estimado. Todos tenemos algunos aspectos positivos y si valoramos y apreciamos los del prójimo y se lo manifestamos, mejoramos las relaciones interpersonales y contribuimos al desarrollo de las personas.
  6. Evitar el trato negativo, frustrante
    Evitar la actitud y el hábito de censurar, criticar, reprochar a las personas, señalándoles errores, deficiencias, fallas. Aunque los que practican este hábito a veces creen que lo hacen con buenas intenciones, contribuyen al empeoramiento o deterioro de las relaciones humanas, por frustrar la necesidad fundamental referida en la anterior recomendación.
  7. Evitar crear sentimientos de inferioridad
    Evitar crear sentimientos de inferioridad que se ocasionan, cuando al relacionarnos con los demás, se inflige un trato que rebaja, humilla o menosprecia, que inferioriza a las personas, bien por desvalorarlas o menospreciarlas, bien por resaltar por comparaciones enojosas o denigrantes, las virtudes de otras personas, o por enfatizar nuestras bondades con menoscabo del prójimo. Este tipo de trato afecta y disminuye la autoestima y frustra la necesidad de aceptación y aprobación social.
  8. Comprender y aceptar el hecho de las diferencias individuales
    No hay dos hojas, ni dos flores, ni dos frutos iguales. Tampoco hay dos animales, aún de la misma especie, idénticos. Mucho menos podemos encontrar a dos seres humanos iguales porque además tienen los ingredientes de las influencias educativas y culturales que los diferencian y diversifican. Por lo tanto cada hombre es un ser único e irrepetible. No obstante las características que tienden a asemejar a las personas, como son las bases biológicas que se comparten con los seres vivos y los rasgos similares que tienen las personas del mismo grupo histórico cultural, hay que reconocer el hecho evidente de las desigualdades irreductibles que tienen entre sí las totalidades o integridades de cada persona, por lo que cada uno constituye una individualidad única y diferente a los demás.
    La comprensión de este hecho ineludible de las diferencias individuales y de que, en consecuencia, cada uno tiene una manera propia y única de ser, percibir y valorar al mundo y de que por lo tanto debemos esperar que cada una de las personas que nos rodean tenga opiniones y conductas distintas a las nuestras, constituye una verdad que hay que aceptar y en la que debemos fundar las relaciones humanas para una convivencia de mejor calidad.
    A propósito de este hecho debemos señalar que gran parte de los trastornos de la personalidad se originan como consecuencia de la imposición o presión que ejercen las normas y costumbres sociales sobre las necesidades y características individuales para amoldarlas y conformarlas de acuerdo a esos patrones de la colectividad. Por otra parte hay que reconocer también que la mayoría de los problemas de las relaciones humanas se debe a las expectativas y pretensiones que se tienen de que los demás piensen y actúen como nosotros.
    De todo ello se deriva el principio rector de las relaciones humanas de que el respeto a las diferencias humanas es base de la salud mental y de la buena convivencia. A la que añado: siempre y cuando esas diferencias humanas no pretendan imponerse o forzar su acatamiento a los demás.

  9. La tolerancia: el arte de vivir con las diferencias individuales
    Esta orientación resulta un corolario, una consecuencia, que se deduce de la proposición anterior, pues si lo recomendable, frente al hecho irrefutable de las diferencias individuales es su comprensión y aceptación, esto es lo que constituye la tolerancia. ¿Cuál es la raíz de la tolerancia?
    A lo largo de la vida vamos constituyendo, como resultado de las experiencias, de la educación e influencias culturales que hemos recibido, una perspectiva o ventana, desde la cual contemplamos y valoramos al mundo. Generalmente esa visión del mundo que tenemos desde nuestra “ventana”, va acompañada de la creencia o ilusión de que esa perspectiva es la verdadera y de que las otras son erróneas o equivocadas. Es inevitable que cada uno vea al mundo desde su ventana o punto de vista, pero sí es evitable y resulta perjudicial aferrarse a la creencia dogmática de que el propio modo de ver las cosas es el verdadero y que la visión que se tiene desde las otras ventanas es errónea, incorrecta.
    Esto es lo que constituye la intolerancia, que es el peor de los defectos de las relaciones humanas y cuando se exagera se convierte en una de las principales causas de los conflictos y guerras del mundo. Su antídoto es la tolerancia, cualidad indispensable para la convivencia humana. Hay varias vías, que resultan complementarias para su promoción:

    1. Comprender que el punto de vista individual es como una pieza de un rompecabezas y que con ella solamente no se puede armar, sino que es necesario complementarla e integrarla con las “piezas” que corresponden a los otros puntos de vista.
    2. Otra forma de promover la tolerancia es ampliar, ensanchar nuestra perspectiva o ventana, de modo que quepan en ella otras perspectivas.
    3. También contribuye a la tolerancia “visitar” las otras ventanas, conocer los otros puntos de vista, desarrollar la empatía o cualidad que consiste en saber ponernos en la perspectiva de las otras personas.
    4. Finalmente, cultivar el arte de atender y escuchar para conocer mejor lo que otros piensan y quieren expresarnos.

  10. ¿Qué hacer cuando sea necesario señalar los errores y deficiencias a otra persona?
    A veces es necesario y conveniente indicar a personas conocidas, amigas, compañeros, o subordinados, faltas o fallas que hayan cometido para mejorar las actividades que realizan o tareas encomendadas, pues hacer caso omiso o la “vista gorda” frente a lo mal hecho no ayuda nada a mejorar las relaciones y empeorarían la convivencia y las tareas que realizan. ¿Qué hacer en estos casos?
    En primer lugar, lo importante es distinguir entre la persona y su comportamiento. Por eso el señalamiento debe hacerse de modo que quede a salvo la estima personal y el respeto a la dignidad de la persona. No juzgarla o valorarla a ella, sino a su conducta o acción. Analizar objetivamente la acción o conducta errónea o defectuosa. Apreciar en qué ha consistido la falla.
    Ver las cosas desde su punto de vista, oír primero su opinión para ver cómo la persona explica el error; dejar que juzgue la acción por sí misma. Indicar las consecuencias negativas o perjudiciales que se derivan del hecho considerado. Discutir con ella y proponer la acción correctora, o rectificación para subsanar o enmendar el perjuicio ocasionado.
    Lo importante es no castigar o maltratar a la persona, ni rebajar su autoestima; con respeto a su dignidad analizar, juzgar objetivamente la acción defectuosa y ayudarla a encontrar la forma de rectificar o reparar el error.
    Es muy importante tener en cuenta esta orientación en las relaciones entre padres e hijos, maestros y alumnos y jefes y subordinados, si se trata de convertir la rectificación de algo mal hecho en una experiencia educativa y en un motivo para mejorar las relaciones y la conducta de una persona en el grupo.

  11. ¿Qué hacer cuando sobreviene un desacuerdo, controversia o conflicto?
    Es normal que en las relaciones interpersonales o intragrupales, aún cuando en ellas haya un clima amistoso y cooperativo, surja eventualmente algún desacuerdo o contraposición de opiniones. Lo anormal sería que esto no ocurriera, porque si el ambiente es de tolerancia y respeto a las ideas de los demás, es lógico y psicológico que puedan, ocasionalmente, suceder estas discrepancias. ¿Qué hacer cuando esto acontezca?
    En primer lugar, tratar de evitar la intervención o intromisión de emociones y sentimientos negativos de cólera, temor, rivalidad o antagonismo. En esas situaciones hay que promover y procurar la ecuanimidad, la serenidad, el control, para que la razón y la cordura prevalezcan.
    Hay que distinguir entre las discrepancias y desacuerdos por razones de ideas y las que se originan por motivos personales. Cuando las relaciones interpersonales o las que se producen en el interior de un grupo, están permeadas por actitudes y emociones o sentimientos de agresividad, hostilidad, temor, o defensa, entre las personas y no entre las ideas, cuando el desacuerdo es por motivos personales, la controversia es más difícil de resolver porque tiene raíces más profundas arraigadas en la oposición entre dos o más personas. Habrá primero que resolver este conflicto interpersonal o por lo menos reducirlo, atenuarlo en lo posible, para quedarnos sólo con la controversia o discrepancia de las ideas. A este tipo de desacuerdo o conflicto de ideas o criterios es al que vamos a referirnos. Como primer paso hay que procurar eliminar o controlar las influencias emocionales y tratar de que predominen la serenidad y el pensamiento racional.
    Tratar de analizar objetivamente la situación que se confronta. Comprender la posición o situación de cada parte con empatía, colocarse en el punto de vista de cada uno y definir y expresar verbalmente la opinión o criterio de las partes interventoras para asegurarnos que se han comprendido. Buscar puntos convergentes de razones o de intereses comunes, que deben reforzarse o ampliarse, lo que equivale a maximizar las coincidencias y minimizar las diferencias.
    Finalmente, neutralizar, reducir o eliminar si fuera posible, las tensiones emocionales con la práctica del buen humor. Una dosis de sonrisa y de risa sirven de disolvente para las situaciones de tirantez o mal humor.

  12. Realizar las dos características básicas que debe tener la conducta de las personas de un grupo para que este funcione bien
    Para que un grupo humano funcione eficiente y plenamente es necesario que sus miembros ayuden y cooperen al realizar las dos funciones esenciales para su buen comportamiento:
    1. Funciones integrativas y de mantenimiento que corresponden a las tareas emocionales y sociales de crear y sostener la cohesión y buenas relaciones entre los miembros del grupo.
    2. Funciones creativas de realización de tareas y trabajos, que son las que impulsan, promueven y dirigen al grupo hacia la obtención de sus propósitos y metas.
    El entrenamiento para ser buen miembro de un grupo implica tanto el desarrollo de las actitudes y actividades de convivencia y comunicación que propendan al mejoramiento de las relaciones interpersonales, amistosas y solidarias, como el fomento y promoción de actitudes y actividades que contribuyan al trabajo eficiente. Nótese que estas dos funciones se refieren a actividades consideradas por varios psicólogos y pensadores como las esenciales para la felicidad humana: la capacidad de amar y la capacidad de trabajar, que es crear.
    Promover y realizar en un grupo las buenas relaciones y los sentimientos de amistad y compañerismo es amar. Organizar y realizar las tareas laborales y creativas es trabajar y crear. Por lo tanto, en la convivencia grupal, cuando se realiza plenamente, se generan y fomentan los dos elementos fundamentales de la felicidad humana: la amistad y el amor conjuntamente con el trabajo y la creatividad.

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